Las sombras tienen una peculiar manera de abrigarse. Igual que el resto de los vivos, encogen levemente sus hombros y apuran el doblez de sus chaqueta; pero al contrario que el resto de los vivos, a ellas nadie las ve sintiendo ese frío. Algunos incómodos observadores tienen la inoportuna determinación de intentar hacerlos visibles, lo cual tiene algo de honrado y épico propósito, y bastante más de inequívoco salto al vacío, porque estas sombras hacen uso de su invisibilidad, como los topos sacan provecho de los laberintos oscuros o como un aspirante a actor aprovecha el instante de debilidad del primera figura que ha de sustituir. Las sombras viven, pues, en el equilibrio inestable entre la luz y la oscuridad, entre el destino que los acecha y las carreteras secundarias que ofrecen cuatro compases en blanco. En ese lugar extraño entre la improvisación y el talento, entre el hacer lo que se debe o esperar al siguiente autobús, habita toda la fuerza de la sombra. Cuando se acabe, la sombra muere tenuemente, debe volver al hueco que deja su propia opacidad y necesitará volver a abrigarse.
...
En el Círculo de Bellas Artes de Madrid se está proyectando un interesante ciclo dedicado al jazz en el que han salido de entre las tinieblas las Shadows de John Cassavetes (1959). Mientras tanto, en otro lugar físico mucho más cercano a estas sombras que a nosotros, el viejo periodista del New Yorker Joseph Mitchell, otro incómodo observador de sombras que, con la compañía ensombrecida de su sombrero de paja, sigue buscando historias, coge unos siete autobuses diarios, espía sus conversaciones, visita a los pescadores del muelle 9, escucha los lamentos del señor Gaviota y encuentra sin esfuerzo un tesoro en los asientos vacíos de la memoria de un cine de verano. Dicen que Mitchell ha muerto en 1996, yo creo que tan sólo ha perdido cromatismo.
Una cierta biografía que algo tiene de honrado y épico propósito pero menos de inequívoco salto al vacío, nos ha hecho saber que Mitchell inventaba algunas de las historias de sus sombras, que el señor Gaviota no era un gran estudioso de la literatura oral, que el viejo Flood no era más que un pastiche de varios personajes de esos que se abrigan sin que nadie los vea, y que él se saltó la sacrosanta ley de la no-ficción periodística. Muchos hoy ya no lo encumbran como el gran retratista de las sombras del Nueva York del new deal y de las mafias, del bebop y de los batidos de fresa. En cambio, para aquellas sombras que sobran, para quienes viven deslizándose entre el destino que los acecha y las carreteras secundarias de un solo de trompeta, Mitchell ha convertido su honrado y épico propósito en su inequívoco salto al vacío. Ya es una sombra. Una sombra mucho menos luminosa pero mucho más cierta.
http://www.nytimes.com/2015/05/24/books/review/man-in-profile-joseph-mitchell-of-the-new-yorker-by-thomas-kunkel.html?_r=0
http://www.circulobellasartes.com/ciclos-cine/jazz-jazz-jazz-2/